Caminar por Alcántara es viajar atrás en el tiempo, a una época en la que el Imperio romano extendía sus fronteras por casi toda Europa. Esta pequeña localidad extremeña, situada en la provincia de Cáceres, fue testigo de una de las obras más asombrosas de la ingeniería romana: el imponente Puente de Alcántara. Construido entre los años 104 y 106 d.C., durante el gobierno del emperador Trajano, este puente no solo unía dos orillas del río Tajo, sino también culturas, caminos y destinos.
Los romanos, conocidos por su habilidad para dominar territorios a través de infraestructuras sólidas, vieron en Alcántara un punto estratégico. Era parte de la antigua provincia de Lusitania, una región clave para la administración del imperio en la península ibérica. Desde aquí, se conectaban importantes rutas comerciales y militares que llevaban hacia Norba Caesarina (actual Cáceres) y otras ciudades romanas del suroeste.

Foto: X / @Gabri91MG
El puente, construido con grandes bloques de granito sin usar cemento, fue un símbolo de poder, pero también de ingenio. Su arco honorífico dedicado a Trajano todavía se mantiene en pie como un recordatorio del dominio romano y del respeto que sus ingenieros sentían por la eternidad.
Durante esa época, Alcántara no era una ciudad grande, pero sí un paso obligado para legiones, comerciantes y viajeros. El paso constante de personas dio vida al lugar: mercados, posadas, templos y campamentos empezaron a formar parte del paisaje.

Foto: X / @XISCO4444
El Puente de Alcántara sigue siendo la huella viva de un pasado glorioso. Más que piedra y diseño, es testimonio de una época en la que Roma escribía su historia con caminos, y Alcántara formaba parte de esa gran red que unía el mundo conocido.
¿Qué ver en el Puente de Alcántara?
Hay lugares que no necesitan adornos para impresionar. El Puente de Alcántara, en Extremadura, es uno de ellos. No tiene luces de colores ni estructuras modernas, pero basta con estar frente a él para entender por qué ha dejado sin palabras a viajeros durante casi dos mil años. Este puente romano, que se alza con elegancia sobre el río Tajo, no es solo una construcción; es un testimonio de la grandeza de Roma, una joya que sigue desafiando el tiempo.
Fue construido entre los años 104 y 106 d.C. por orden del emperador Trajano, quien confiaba en la habilidad de los ingenieros romanos para unir regiones y consolidar su poder. El encargado de levantar esta obra fue Caius Julius Lacer, un arquitecto cuya pasión por la perfección se percibe en cada piedra. Y aunque la técnica que se usó parece sencilla —bloques de granito colocados con precisión, sin mortero—, el resultado es asombroso.
El puente mide cerca de 194 metros de largo y alcanza una altura de más de 70 metros desde la base del río hasta el arco central. Tiene seis arcos desiguales, cada uno adaptado al terreno, lo que demuestra un conocimiento profundo del entorno natural.

Foto: X / @Junquera_
Pero más allá de sus cifras, lo que realmente impresiona es lo que transmite. Pararse sobre el puente es sentir que estás cruzando la historia. Desde lo alto se ve el río fluir tranquilo entre las rocas, rodeado por un paisaje sereno de dehesas, montañas suaves y cielos limpios. No hay ruido, salvo el canto de algún pájaro y el viento que parece susurrar historias antiguas.
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Arco dedicado a Trajano
En uno de sus extremos se alza un arco honorífico dedicado al emperador Trajano, que aún conserva inscripciones originales. Es emocionante leer palabras escritas hace tantos siglos, sabiendo que millones de personas han pasado por ahí antes. Justo al lado del puente también se encuentra un templo romano, el Templo de Lacer, en honor al arquitecto, quien según algunas fuentes quiso ser enterrado cerca de su obra más querida.
Durante siglos, el Puente de Alcántara ha resistido guerras, inundaciones y hasta negligencias. En la Edad Media, algunos arcos fueron destruidos durante enfrentamientos, pero siempre fue restaurado, a veces por reyes, a veces por órdenes religiosas o incluso por los propios vecinos. Esa persistencia por conservarlo refleja el cariño y el respeto que genera. No se trata solo de una estructura funcional, sino de un símbolo del paso del hombre por la tierra.

Foto: X / @AlejandroCancho
Hoy, el puente está abierto al turismo, y recorrerlo es una experiencia que combina historia, naturaleza y contemplación. Muchos visitantes llegan sin grandes expectativas y terminan completamente cautivados. No hay que pagar entrada para verlo, ni hacer largas filas. Simplemente llegas, caminas y te dejas sorprender. Se recomienda ir por la tarde, cuando la luz del sol comienza a bajar y tiñe las piedras de tonos dorados. El paisaje se vuelve aún más fotogénico y el ambiente, casi mágico.
¿Sabías que el Puente de Alcántara es un lugar asterik para tomar fotos?
Para los amantes de la fotografía, es un lugar que ofrece ángulos espectaculares. Desde el mirador cercano, se pueden tomar panorámicas con el puente completo y el río extendiéndose al fondo. Además, si se visita en primavera, los alrededores se llenan de flores silvestres, lo que le da un toque especial al entorno.

Foto: X / @from_you_taro
Además del puente en sí, vale la pena explorar el pueblo de Alcántara, que conserva su encanto tradicional con calles empedradas, casas de piedra y una rica herencia religiosa. Fue sede de la Orden de Alcántara, una orden militar que tuvo gran influencia durante la Reconquista. También se pueden visitar el conventual de San Benito, el parador nacional y varios miradores desde donde el puente se ve en toda su grandeza.
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El Puente de Alcántara no es solo un atractivo turístico, es una invitación a reconectar con el pasado. Es uno de esos lugares que no buscan deslumbrar con artificios, sino con autenticidad. Y lo logra. Porque hay cosas que, aunque pasen los siglos, nunca pierden su valor.
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