México tiene todo para ser el país más visitado del mundo. No es una frase hecha, es una verdad incómoda: pocas naciones pueden presumir lo que nosotros tenemos a cada paso. Playas que parecen pinturas, bosques que abrazan, lagunas que hipnotizan, selvas que respiran historia, montañas que se imponen al horizonte. Y, por si fuera poco, una gastronomía que no solo se come: se vive. Una música que identifica al mundo entero. Trajes típicos que narran siglos de cultura, identidad y resistencia. Todo eso que otros destinos top simplemente no tienen.
Y, sin embargo, aquí estamos, luchando contra dos heridas que no terminamos de cerrar: la desigualdad y la inseguridad.
Hablar de seguridad en México ya no es un tema opcional, mucho tmenos en el sector turístico. Las noticias nos alcanzan todos los días: lo ocurrido en Michoacán con Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, y con Bernardo Bravo, empresario y productor de limonres, o el doloroso asesinato de Irma Hernández Cruz, maestra jubilada y taxista que vivía en Veracruz. Las historias se repiten en diferentes estados porque la violencia ya no es solo narcotráfico: es extorsión, es el cobro de piso, es control territorial, es un poder paralelo que en algunas zonas intenta reemplazar al Estado de Derecho con sus propias reglas.

Foto de Jezael Melgoza en Unsplash
Y aquí viene la parte que nadie quiere decir, pero todos sabemos: este problema no se va a resolver escondiéndolo debajo de la alfombra.
Muchos territorios del país han sido dominados, en mayor o menor grado, por estructuras criminales que fueron creciendo sin freno. Y lo más grave no es solo su presencia, sino la forma en que la sociedad se ha ido adaptando al miedo como si fuera parte del paisaje. Pero el miedo no puede normalizarse. No cuando hay madres buscadoras pidiendo respuestas, familias enteras exigiendo justicia, comunidades enteras esperando que alguien les regrese la paz.

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La estrategia de “abrazos y no balazos” ya mostró sus límites. No se puede combatir un fenómeno tan complejo con buenos deseos. Colombia tardó más de veinte años en estabilizar sus cifras después de enfrentar a los cárteles de Medellín y Cali. El Salvador siguió una línea dura incluso en los momentos más tensos. La historia nos demuestra que la diferencia entre avanzar y retroceder está en la decisión de enfrentar de raíz la estructura criminal.Porque lo que se está jugando aquí no es una estadística: es el futuro del país.
Y el turismo —sí, nuestro turismo, ese que sostiene miles de familias— también está en esa ecuación.
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Queremos un México que camine sin miedo. Un México donde el turista se sorprenda por nuestras playas, no por nuestras alertas de seguridad. Un México donde la gastronomía sea lo que impresiona, no los titulares. Un México donde la cultura, la naturaleza y la hospitalidad hablen más fuerte que cualquier bala.
No es pedir demasiado: es pedir lo justo.
Hoy, más que nunca, hay que levantar la voz. No desde el enojo, sino desde la responsabilidad. No desde el ataque político, sino desde el amor profundo a este país que podría estar en la cima del mundo si su mayor obstáculo no fuera interno.
México merece paz. México merece seguridad. Y México merece, de una vez por todas, convertirse en lo que siempre ha tenido potencial para ser: el mejor país del mundo.

