En el corazón del centro de Monterrey, en una calle cualquiera de apariencia tranquila, se encuentra un lugar que, a simple vista, podría pasar desapercibido. Pero basta con mirarla con atención para notar que la Casa de Aramberri no es una casa común. Su fachada antigua, marcada por el paso del tiempo, esconde una historia tan cruda como inolvidable. Una historia que, pese a los años, sigue viva en la memoria colectiva de la ciudad.
Todo comenzó una mañana de abril de 1933. Dentro de esta casona de dos pisos ocurrió un crimen que estremeció a todo Monterrey. Antonia Lozano Montemayor y su hija Florinda, de apenas 19 años, fueron encontradas sin vida dentro del inmueble. El horror con el que fueron asesinadas marcó un antes y un después para la comunidad. Los detalles sobre el crimen fueron tan espeluznantes que muchos medios de la época no supieron cómo narrarlo sin dejar una estela de miedo en los lectores.

Foto: X / @maximiliano1_mx
Las investigaciones, confusas y plagadas de rumores, apuntaron a que los agresores eran personas cercanas a la familia. No se forzaron puertas, no hubo señales de robo violento. Todo parecía indicar que quienes entraron a la casa lo hicieron con confianza. Los nombres de los responsables fueron cambiando conforme pasaron los años: algunos relatos señalan a Jesús y José Montemayor; otros, a Fernando y Heliodoro. Todos familiares, todos con vínculos cercanos. La certeza era una sola: alguien cercano fue capaz de cometer un crimen brutal contra una madre y su hija.

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¿Qué más acerca de la Casa de Aramberri?
Durante mucho tiempo, el inmueble quedó en el abandono. Ni la policía ni los nuevos dueños se atrevieron a tocarlo. Era como si el alma de la casa hubiera quedado congelada en el tiempo. Las ventanas permanecían cerradas, pero algunos decían haber visto sombras moverse dentro. El vecindario entero le dio la espalda, y pasar frente a ella de noche era casi un acto de valentía.
Las leyendas comenzaron a crecer. Un loro, que supuestamente pertenecía a la familia, fue señalado como testigo del crimen. Se decía que repetía una frase inquietante: “No me mates, por favor, Gabriel”. Ese pequeño detalle desató todo tipo de teorías: ¿Quién era Gabriel?, ¿por qué no fue nombrado en los juicios? Nunca hubo respuestas claras.

Foto: X / @RegiaLulyLuly
Años después, la historia tomó un giro inesperado. El gobierno adquirió la propiedad y decidió transformarla en un restaurante con temática de terror. La idea parecía arriesgada, pero logró despertar el interés de muchos. Las puertas de la casa volvieron a abrirse, no como hogar, sino como escenario. La ambientación del lugar aprovechó su oscura reputación: luces tenues, retratos antiguos, figuras fantasmales y una atmósfera inquietante que ponía los pelos de punta incluso al más escéptico.
El menú también fue parte de esta narrativa siniestra. Las hamburguesas llevaban nombres inspirados en películas de terror: Freddy, Annabelle, Jason, Samara… Pero más allá de los platillos, lo que en verdad atraía a la gente era el morbo de estar en un sitio que, según muchos, seguía habitado por las presencias del pasado.

Foto: FB / La Casa de Aramberri Restaurante
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Cosas sin explicación
Una de las personas que trabajó ahí aseguró haber visto cosas que no podía explicar. Luces que se encendían solas, susurros cuando no había nadie, y una figura que aparecía en las cámaras de seguridad sin razón aparente. Zinnia Lara, quien fue gerente del restaurante, decidió renunciar tras vivir una serie de experiencias paranormales que, según dijo, no estaba dispuesta a seguir enfrentando.
La casa volvió a cerrar, esta vez no por razones legales ni judiciales, sino por los estragos que dejaron las lluvias. El anuncio decía que necesitaba reparaciones urgentes. Muchos creyeron que era una forma de encubrir lo que realmente pasaba dentro. Otros simplemente pensaron que era el destino natural de un lugar que, por más que se intentara renovar, siempre estaría cargado de una historia demasiado pesada.

Foto: FB / La Casa de Aramberri Restaurante
En 2025, la Casa de Aramberri volvió a abrir, buscando una segunda oportunidad como restaurante-museo. El ambiente no había cambiado mucho. La decoración seguía fiel a su estilo tenebroso. La sensación al entrar era difícil de explicar. No era miedo exactamente, sino algo más profundo: un respeto implícito por lo que ahí ocurrió, una especie de silencio incómodo que se apoderaba del visitante.
Hay quienes van solo por curiosidad. Otros, buscando pruebas de lo paranormal. Pero también están aquellos que llegan con una actitud más reflexiva. Saben que ese lugar fue escenario de una tragedia real, y no quieren que se olvide. No por morbo, sino por memoria. Porque Antonia y Florinda no fueron solo nombres en los periódicos. Fueron personas. Y sus vidas fueron interrumpidas de una manera brutal.

Foto: FB / La Casa de Aramberri Restaurante
¿Qué es del lugar al día de hoy?
En la actualidad, la casa vive entre dos mundos. Por un lado, funciona como negocio. Por el otro, es un recordatorio constante del dolor. Los vecinos más antiguos aún le tienen respeto. Algunos ni siquiera cruzan por esa acera. Dicen que en noches muy tranquilas se escuchan pasos, puertas que se cierran solas o una especie de lamento que viene desde adentro.
Lo cierto es que, aunque ha pasado casi un siglo, la herida sigue abierta. La Casa de Aramberri ya no es solo un lugar físico; es un símbolo. Representa los secretos oscuros que a veces guarda una ciudad. Las historias que se transmiten en voz baja, de generación en generación. Y también, la forma en que el horror puede marcar para siempre un espacio, por más que se intente darle otro rostro.

Foto: FB / La Casa de Aramberri Restaurante



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Visitar la casa puede ser una experiencia única. Algunos salen emocionados, otros asustados. Pero todos, sin excepción, salen con algo distinto. Porque hay lugares que no solo se recorren con los pies, sino también con el alma. Y la Casa de Aramberri, sin duda, es uno de ellos.
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