Hace unos días llegué por barco a las Islas Canarias. Confieso que, desde que reservé el viaje, era lo que menos me atraía del recorrido. Sin embargo, visitar tres de las siete islas, fue una revelación.
Fue un viaje familiar de fin de año, con integrantes de tres distintas generaciones —Baby Boomers, Generaciones X y Z— por lo que decidimos que haríamos los recorridos por nuestra cuenta y a nuestro ritmo.
La primera parada fue en Lanzarote y arribamos a su capital, Arrecife. Desde el muelle, caminamos hasta la estación del autobús para salir rumbo a Yaiza, un pueblo pintoresco con sus casitas teñidas de blanco, donde tomamos un taxi hacia el Parque Nacional del Timanfaya, un espacio natural de origen volcánico cuyas últimas erupciones ocurrieron en 1824. Su paisaje resulta impactante a simple vista por parecer que se encuentra uno pisando Marte, resaltando su color ocre y apenas encontrarse habitado por vegetación y fauna nocturna.
Foto de Massimiliano Morosinotto en Unsplash
La segunda isla es la que resguarda Las Palmas de Gran Canaria, la capital de las islas. Aunque en esta son diversos los atractivos, incluyendo el volcán Teide, el más alto de España, decidimos quedarnos a disfrutar Vegueta, uno de los barrios más atractivos y en donde se fundó la ciudad. Perderse entre sus callecitas y callejones históricos hubiera sido suficiente.
Más de las Islas Canarias
El hallazgo fue mayor al toparnos con la Casa de Cristóbal Colón (del s. XVI), quien tomaba la Gran Canaria como su último puerto, antes de navegar con sus carabelas hacia las tierras del Nuevo Mundo. En especial, resulta curioso visitar la sala que contiene la recreación de sus aposentos dentro de la carabela conocida como “La Niña”, que aún resguarda algunas piezas originales de la época, entre las que se encuentra un crucifijo.
Foto de Eugen Sacalî en Unsplash
Otra sorpresa fue el recorrido dentro de la Casa-Museo de Benito Pérez Galdós (1843-1920), prolífico escritor que naciera y viviera en este inmueble sus primeros años con un breve pero interesante espacio de exhibición que resguarda sus obras.
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Finalmente, llegamos a Santa Cruz de Tenerife, donde guiados por un simpático chicharrero —gentilicio usado para referirse a los pescadores— recorrimos la parte noreste de la isla. Destaco, por supuesto, el casco histórico de La Orotava, comprendiendo por qué la famosa escritora Agatha Christie quedó completamente enamorada del lugar, al grado de escribir una de sus obras ambientada en este sitio, como lo fue “El enigmático Mr. Quin”, publicada en 1930.
La amabilidad de la gente, la belleza de estas islas y su encanto natural e histórico, son suficientes para invitar a cualquier viajero a no perderse su encanto.
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