La aventura comenzó mucho antes de que me cayera de sentón en una bajadita llena de lodo y de que, exhaustos pero contentos, disfrutáramos un cafecito en un pequeño comedor de madera, justo cuando la oscuridad iba adueñándose del bosque de ensueño donde reí de felicidad y lloré… por no llevar los zapatos adecuados.
De hecho, por poco y no llegamos a Honey —cuya pronunciación, de acuerdo con los pobladores, es “onei”—, pues el clima, lluvioso y con densa neblina, impedía a Carlos, integrante del equipo y nuestro conductor en este viaje, realizar el trayecto desde Pahuatlán.
Sin embargo, gracias al rico desayuno que amablemente improvisó doña Socorro, nos llenamos de energía —porque, como diría mi abuelita, “barriga llena, corazón contento”—, la lluvia cesó un poco y subimos a la camioneta para dirigirnos a lo que sería el mejor recuerdo y despedida de un año tan complicado como el 2020.
Camino al paraíso
El municipio de Honey, perteneciente al estado de Puebla, se llama así en honor a Richard Honey, un empresario minero estadounidense que montó una fábrica de pinturas elaboradas con tierras colorantes y resinas de la región, impulsando así su economía.
En un punto del camino nos esperó don Vicente García García, iniciador del Centro Ecoturístico Cascadas Paraíso y actual representante del mismo. Él comenzó “a punta de pala y hachas para abrir camino”, según sus propias palabras, y con ayuda de la Comisión Nacional para el Desarrollo Indígena y 13 colaboradores, a dar forma a ese increíble espacio.
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Seguimos el vehículo de don Vicente rumbo a las cascadas, ubicadas en Rincón de Chila —“donde abundan los caracolitos”, en nahua—, a 30 minutos de Honey, Puebla. Debido a las largas caminatas en Pahuatlán, nos sentíamos un tanto agotados, pero las bromas en el camino y el paisaje boscoso que sobresalía entre la neblina —digno de una escapadita de finde— nos ayudaron a mantener el ánimo.
Bajo una tenue pero pertinaz llovizna que comenzó apenas llegamos al paraje donde se encuentra el centro ecoturístico, don Vicente nos platicó la historia del lugar y cómo el esfuerzo de él y los demás terminó por crear un lugar digno de ser visitado por turistas nacionales y extranjeros.
Descubre más de esta aventura en nuestro video:
Honey, Puebla: historias entre el agua
Cascadas Paraíso es uno de esos lugarcitos maravillosos de la Sierra Norte que no muchos conocen. Posee rincones mágicos en los que la brisa de las caídas de agua, el sonido de las aves y las pendientes del terreno te harán tener un encuentro con la naturaleza, si bien no extremo, sí intimidante. Esa fue la sensación que experimenté ante la majestuosa y silvestre belleza de este sitio.
Si amas la naturaleza y el ecoturismo, te invitamos a recorrer el Santuario del Peñón en Jonotla:
Jonotla, Santuario del Peñón
En el peñón de Jonotla, en la Sierra Norte de Puebla, existe un santuario que resguarda una pieza que, para la gente de la región, es testimonio de la aparición de la virgen , a la que año con año veneran con una gran fiesta.
Hay diez cascadas cuyos nombres encierran peculiares historias. Según Don Vicente, en una se aparecen unos duendes, por lo cual fue llamada, lógicamente, Cascada de los Duendes; otra ofrece a los enamorados un discreto rincón para besarse detrás de la caída de agua, así que fue nombrada Cascada del Beso. Se cree que la última caída de agua te revitaliza y llena de energía, por ello es conocida como Cascada Fuente de Vida. Y no te cuento más para que seas tú quien descubra las historias de las demás cascadas cuando visites Honey.
Dentro del lugar, hay tours cada hora. Si te integras a uno de estos recorridos, un guía te conducirá por las colinas del lugar y te revelará sus secretos. Antes de iniciar la caminata puedes disfrutar de un buen desayuno o comida por 70 o 100 pesos, respectivamente. Como “consejo de compas”, te recomiendo que lo hagas, pues para poder ver las diez cascadas, deberás caminar durante tres o cuatro horas.
Como íbamos grabando en varios puntos, nosotros tardamos cinco horas y sólo pudimos recorrer la mitad de estas espectaculares caídas de agua, sin embargo, eso bastó para enamorarnos de este rincón de la Sierra Norte de Puebla y despertar en nosotros el deseo de volver lo más pronto posible.
Un momento inolvidable en Honey, Puebla
Antes de comenzar el recorrido nos abrigamos bien; y por bien, me refiero a ponernos dos sudaderas afelpaditas para sobrevivir a la lluvia y el frío. El guía que nos tocó, Don Octavio García, nos dio unos bastones rústicos para ayudarnos a subir, porque el sendero se encontraba mojado debido al mal tiempo —había llovido desde la noche anterior—, lo que se volvió un suplicio para mí al no llevar calzado apropiado para este tipo de senderismo.
Luego de haberlo evitado en más de una ocasión, finalmente caí al suelo, pero pronto olvidé el golpe ya que estábamos a sólo unos instantes de subir a una tirolesa con una altura de más de 170 metros. Esta experiencia no me provocó miedo sino hasta que enlazaron el mosquetón de mi arnés al cable de acero por el que, instantes después, “volaría”. Entonces, recordé que las alturas sí me imponen cierto respeto y que hace como quince años no me subía a una tirolesa. La última era muy corta y de una altura mínima.
En fin, no tuve tiempo de acobardarme porque siempre me pasa lo mismo, si comienzo a pensar lo que estoy a punto de hacer me invaden las dudas. Así que me lanzaron y fue la mejor sensación que he tenido en mucho tiempo. Mi cuerpo fue invadido por una especie de libertad y quedé maravillada pues, por la neblina, parecía que iba entre nubes. No pude ver nada bajo mis pies —lo que resultó mejor para mí, para no impresionarme con la altura— y sólo iba deslizándome entre esa capa blanca, mientras la brisa acariciaba mi cara.
Dejó de llover cuando llegué al otro lado y agradecí a la vida ese momento tan breve pero tan importante para mí, sobre todo porque había sido el primero inexplicablemente bello en muchos meses, de esos que algunos dejamos de tener por estar encerrados debido a la pandemia. El regreso también estuvo speechless —así digo cuando de pronto me extranjerizo— y con menos desconfianza, porque pesa más la impresionante belleza de la sierra que el miedo a las alturas.
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