No importa si es cerca o lejos, un día o doce meses, playa o bosque. Viajar es una recompensa para el alma que necesita reconexión y presencia. Hace un tiempo atrás, me encontraba desorientada por el presente y abrumada por el futuro, un viaje de cuatro días -de mochilera- fue la terapia para esas preguntas que no parecían tener respuesta.
A partir de esa travesía, mi espíritu se liberó y me convertí en una amante de los viajes en solitario. Viajar para encontrarse a sí mismo pareciera ser una historia cliché, una escena hollywoodense que busca un momento de entretenimiento. Pero te tengo una noticia, si decides hacerlo podrías vivir la mejor experiencia de tu vida.
Viajar para encontrarse a sí mismo, para tener perspectiva necesitas tomar distancia
Hace unos ayeres tenía preguntas pero no obtenía respuestas. Acababa de salir de una relación tóxica de tres años y recién me había mudado a una nueva ciudad. Nuevos amigos, nuevo trabajo, nueva rutina, incluso nueva comida y nuevo clima. Todo era diferente, pero en mi pecho había un vacío, de esos que te quitan el sueño hasta las 3 de la mañana. Entonces decidí hacerlo, algo en mi interior me decía que tenía que aventurarme a viajar conmigo misma y nadie más.
Debo admitirlo, ver veinte veces la película “Comer, rezar, amar”, protagonizada por Julia Roberts, influyó para que tomara esa decisión. A diferencia de Liz -la protagonista- yo no podía ir a probar los manjares gastronómicos a Roma, tampoco me alcanzaba para ir a la India a un retiro de cuatro meses y mucho menos podría viajar a Bali y nadar en sus paradisiacas playas. Pero sí tenía el suficiente dinero para tomar un camión guajolotero hacia Puerto Escondido y hospedarme en algún lugar donde no tuviera que pagar más de 200 pesos por noche.
Viajé toda la madrugada. A las seis de la mañana el autobús llegó a Puerto. Tomé un taxi hacia Zicatela y caminé por la playa, no me importaba el peso de la maleta, lo único que necesitaba era sentir la arena en mi piel, escuchar el mar y ver al horizonte. Me senté frente al océano imperturbable y etéreo. No había planeado nada, pero me tenía a mí misma.
Par mi buena suerte, me quedé en una cabaña sencilla, ubicada a cien metros de la playa, sin televisión ni aire acondicionado pero increíblemente espaciosa y con un jardín al que podía salir a descansar sobre el césped. Además, había una cocina “comunitaria” donde todos los viajeros podían preparar sus alimentos, usar los utensilios y ocupar el refrigerador.
Los días frente al mar, el perfecto azul del cielo, los sonidos de la naturaleza y mi soledad eran las piezas perfectas de quien intenta armar un rompecabezas.
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Siento decepcionarte, pero en ese viaje no encontré respuestas, tan sólo más preguntas. Sin embargo, algo fue claro, me di cuenta de lo obvio que era incapaz de ver. Me tenía a mí misma, estaba viva y necesitaba presencia. Me atreví a rentar una bicicleta y pasear por la avenida principal de Zicatela, tomé una clase exprés de surf, me acosté horas sobre la arena y bebí tantos cocos como pude. Exploré la Laguna de Manialtepec, la cual, sólo en ciertas épocas del año, se vuelve luminiscente por los microorganismos que viven en ella. Fui a un bar sola, bebí sola, canté sola y bailé sola. Hice nuevos amigos de otros países que, al igual que yo, buscaban viajar para encontrarse a sí mismo.
Cuando viajas sola -o solo- el diálogo es completamente interno. Te escuchas a ti mismo y actúas por ti mismo. Desde cuánto gastar, dónde dormir, qué comer y a qué dedicarle tus pensamientos, es tu plena decisión. Y debo confesarlo, a veces fue raro. Pero esa rareza se convirtió en una joya.
Cuando por fin regresé a la ciudad, algo en mí se había reparado. No por completo, y tampoco sabía qué, pero el rompecabezas interno comenzaba a tener forma.
Bien lo dijo Andrew McCarthy: “Cuanto más lejos voy, más me acerco a mí mismo”.
Ese fue el primero de muchos viajes sola y por cada nueva aventura, descubro algo más en mí que me permite sentirme, analizarme, escucharme y poner atención a mis pensamientos.
Si estás leyendo esto, deseo que el próximo año tengas muchos viajes y en cada uno de ellos puedas reencontrarte un poquito más, a mí me ha funcionado hacerlo sola. ¡Disfrútalo! Lleva un libro, prepara tu playlist favorita y deja que la vida te sorprenda.
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