Cuando hablamos de turismo, solemos centrarnos en las maravillas que encontramos cuando nos desplazamos a un destino seleccionado, sus atractivos y sus productos, naturales o generados por el ingenio y la creatividad humanas.
Sin embargo, como en todos los ámbitos de la vida, la esencia del turismo se encuentra precisamente en el ser humano, hablamos del turista y de su anfitrión, el ente que se traslada y el ente que lo recibe, ellos generan la experiencia alrededor de los productos turísticos que los destinos contienen.
El turismo verdadero es un intercambio donde tanto el turista como el anfitrión tienen el mismo valor: el viajero descubre y disfruta, mientras el anfitrión comparte y enriquece su cultura. Sin equilibrio entre ambos, el turismo pierde su esencia.
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Ser un buen anfitrión es la clave para convertir un destino en una experiencia inolvidable: la hospitalidad y el trato amable hacen que los turistas no solo lleguen, sino que quieran volver y recomendar el lugar.
El ciudadano anfitrión es clave para la percepción del destino, ya que influye en la experiencia turística y en la reputación del lugar. Su comportamiento puede marcar la diferencia entre un destino exitoso y uno que pierde atractivo por la falta de hospitalidad o integración con la comunidad local.
En algunos destinos turísticos, se han implementado programas de sensibilización para ciudadanos, con el fin de capacitarlos en hospitalidad, historia local y buenas prácticas de convivencia con los turistas.
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Hay países que son excelentes ejemplos de una ciudadanía anfitriona bien integrada en la experiencia turística. Japón nos brinda un ejemplo emblemático de hospitalidad y respeto. Omotenashi es un concepto que define culturalmente la actitud y la disposición por ayudar y respetar al turista sin esperar nada a cambio.
Más de Omotenashi
Portugal, Costa Rica, Nueva Zelanda e Islandia son ejemplos de calidad, calidez y hospitalidad donde los ciudadanos locales participan activamente en la promoción del turismo.
Cada uno de estos países ha desarrollado un perfil de ciudadano anfitrión alineado con sus valores culturales y su modelo turístico. Japón destaca por la cortesía extrema, Portugal por su calidez, Costa Rica por su enfoque sostenible, Nueva Zelanda por su espíritu aventurero e Islandia por su conexión con la naturaleza.
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Como turistas, lo anterior nos motiva a repetir y a difundir nuestra experiencia positiva; pero, ojo, hay países donde la falta de anfitrionía o el franco rechazo al turista generan experiencias negativas y están desincentivando la visita reiterada o la recomendación deseada.
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Venecia (“Turistas, váyanse a casa”); Barcelona (“Tourist go home”); Ámsterdam (Restricciones al turismo “problemático”); París (su famosa “falta de amabilidad”); y, en otra dimensión igualmente dañina, ciudades como Yakarta en Indonesia o la Ciudad de México, afectados por la llegada de nómadas digitales que expulsan a los probables anfitriones —gentrificación, le llaman los neologistas—, presentan una fricción evidente entre residentes y visitantes debido a la falta de regulación del turismo.
Dado que el turismo es pernocta y experiencia, pero es también básicamente, relacionamiento humano, ¿cuál sería su destino favorito? Nosotros ya nos decidimos: OMOTENASHI…
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