La Organización Mundial del Turismo (OMT) propuso un Decálogo del Turismo Responsable para que viajar no se convierta en una maratón de selfies ni en un festival de desperdicio. La idea es clara: disfrutar sin arrasar, aprender sin pontificar y dejar huella… pero no de carbono.
Aunque el decálogo parece un manual de “buenas maneras turísticas” —de esos que nadie lee pero todos citan—, algunos países han tomado en serio la propuesta. Costa Rica, por ejemplo, logró que el “pura vida” no sea solo un eslogan de camiseta, sino una política de Estado que sigue el decálogo de manera rigurosa.

Foto de Timur Garifov en Unsplash
- Respeto a la cultura local: No confundir “integrarse” con ponerse un sombrero de mariachi en Cancún o bailar mal la samba en Río
- Protección del patrimonio: Seguir las reglas, pues grabar iniciales en la Gran Muralla China no es “dejar tu legado”
- Respeto al medio ambiente: Llevarte una concha de la playa puede sonar inocente… hasta que 2 millones de turistas hacen lo mismo
- Apoyo a la economía local: Comprar en el mercado del pueblo en lugar de importar tu latte de la misma cadena global
- Equidad turista–anfitrión: Porque no todo se paga con dólares; el respeto también cuenta.
- Solidaridad y justicia social: Evitar el turismo que convierte comunidades en decoración y a sus habitantes en figurantes mal pagados y elementos folclórico-decorativos
- Seguridad y derechos humanos: El turista no es intocable, y el residente tampoco es invisible
- Accesibilidad para todos: Viajar no debería ser un deporte extremo reservado a los que tienen 20 años, 20/20 de visión y rodillas de titanio
- Aprendizaje e intercambio: No solo llenar la nube de fotos, también llenar la cabeza de experiencias
- Compromiso del turista: “No culpes al gobierno, ni a la aerolínea, ni al guía… si eres tú el que tira la botella de agua al río”
Costa Rica entendió hace décadas que apostar por el turismo no significaba construir más hoteles “todo incluido”, sino más senderos, parques y proyectos comunitarios. Hoy, el 25 % de su territorio es área protegida y eso no solo luce bien en los folletos, también les da ingresos reales y se ubica como Marca País.
Establecieron el medio ambiente como tesoro nacional: En vez de talar la selva para meter un resort o un tren, decidieron conservarla… y resulta que los turistas pagan más por verla intacta. Crearon la Certificación de Sostenibilidad Turística (CST): Un sistema para premiar hoteles y tours responsables. Algo así como una “tabla de salvación” para empresarios que quieren cobrar caro, pero con la conciencia tranquila.
Priorizaron el Turismo Rural Comunitario: En pueblos como Talamanca, las comunidades indígenas ofrecen hospedaje y guías. No es folclor empaquetado, es economía real que llega a los hogares. Facilitaron la accesibilidad; playas con pasarelas para sillas de ruedas y parques adaptados. Un detalle que demuestra que la inclusión puede ser rentable… y, además, decente.
Costa Rica convirtió el “pura vida” en una política pública rentable, mientras otros destinos todavía creen que más turistas conllevan más éxito, aunque eso implique más basura, más tráfico y menos encanto. El turismo genera alrededor del 8% del PIB y más de medio millón de empleos. Lo notable no es la cifra, sino que la derrama no se queda en pocas manos: llega al guía local, a la señora de las empanadas y al artesano.
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El decálogo de la OMT no es un decálogo moralista, es más bien un recordatorio de sentido común, ese que a veces se pierde entre aeropuertos colapsados y playas saturadas. Costa Rica demuestra que no es una utopía; se puede ganar dinero cuidando lo que tienes, en lugar de venderlo al mejor postor.
La ironía es que los países que presumen “récords de visitantes” suelen ser los mismos que se quejan de saturación y deterioro. Al final, el turismo responsable no debería ser un lujo nórdico o una rareza centroamericana: es simplemente el único camino para que, en 20 años, los viajeros no terminen tomándose selfies frente a un letrero que diga “Aquí había una playa”.





