La aventura siempre comienza muy temprano y esta vez no fue la excepción. Nos despertamos a las 4:30 horas y viajamos por carretera desde Puebla hasta Ciudad de México, donde nos esperaban para llevarnos hasta Malinalco, uno de los doce Pueblitos Mágicos del Estado de México. Malikualli
El tráfico de la Ciudad de México hizo de las suyas y llegamos con un ligero retraso, pero la cálida bienvenida del doctor Peralta y la maestra Elisa, dueños del centro ecoturístico Malikualli y originarios de Malinalco —profetas en su propia tierra, como dijo el doctor Peralta entre risa— y las deliciosas enchiladas verdes que pedí me hicieron olvidar la mala pasada.
Hospitalidad y diversión Malikualli
Rodeada de árboles de café y vegetación en el acogedor restaurante, con unas gallinitas en su corral mirándome a lo lejos, y la agradable charla del doctor Peralta, supe que me esperaba un día lleno de sorpresas y de total desconexión.
El Centro Ecoturístico Malikualli tiene una ocupación del 90% al mes, ha recibido gente de la embajada de Estados Unidos y, en pocas palabras, es cotizado, por lo que se recomienda hacer reservación con tres meses de antelación. El doctor Peralta nos platicó que el lugar es pet-friendly, que otorgan un seguro médico a los huéspedes y que usan ingredientes orgánicos y originarios de Malinalco como huevos, crema y cecina en su menú -¡uff, su comida conquistó mi paladar!
El trato personalizado y atenciones de todo el equipo de Malikualli me sorprendió, siempre se mantuvieron en constante comunicación conmigo para saber si necesitaba algo, me ayudaron a subir mis maletas —debo decir que subir a los glampings es una tarea osada, sobre todo, por lo empinado del cerro donde están, pero nada que estas piernas atléticas no soportaran, ay sí.
¿Qué más?
Ofrecen más de 25 actividades y servicios como: regaderas con agua caliente para glampings y camping, alberca, chapoteadero, restaurante, área de camping, tirolesa, rapel, escalada, puente tibetano, cabalgata, cuatrimoto, bicicletas eléctricas, senderismo, cañonismo, vuelo en parapente, visita a la zona arqueológica de Malinalco, al museo y al Convento Agustino de la Transfiguración (con visitas guiadas en español, inglés, francés, alemán, si las requieren, deben avisar con anticipación), tres glampings tipo domo, picnic en cueva, cine en cueva, clases de yoga, masajes, talleres de filigrana, de barro y de tortillería —que inauguró su servidora.
Los glampings tipo domo ofrecen distintos servicios como jacuzzi (uno al interior y otro al exterior), una cama con red para observación de estrellas, fogata, artículos de higiene personal, cobertores, salita de estar y, bueno, una vista panorámica que te dejará anonadado.
La aventura nos aguarda Malikualli
Después de desayunar, visitamos el centro de Malinalco, donde el doctor Peralta nos contó que la zona arqueológica de Malinalco es muy popular, pues es una de las cuatro construcciones monolíticas, es decir, creadas de una sola roca, que existen en todo el mundo. Llegamos al Convento Agustino de la Transfiguración y supimos que con la llegada de los españoles, se comenzó esta gran construcción con roca traída desde el Cerro de los Ídolos en 1543, cuando comenzaron a evangelizar los frailes agustinos a los pobladores.
Algo destacable de este recinto sagrado son los impresionantes murales, pintados por los tlacuilos, alrededor de 1570, en estas pinturas se mezclan símbolos de las dos culturas, la europea y la indígena, específicamente, la flora y fauna local de Malinalco, como el famoso árbol de huevito, que solo hay en Malinalco, el clavellino o el floripondio.
El nombre de Malinalco significa “donde se adora a Malinalxóchitl”, por la deidad Malinalxóchitl, hermana de Huitzilopochtli, quien, se dice, era cruel y se comía los corazones de los hombres.
Después dimos un recorrido por el centro y el tianguis, donde probamos unas deliciosas nieves —la mía de arroz con limón— y nos enteramos de que Malinalco recibe muchos visitantes en Día de Muertos por sus ofrendas monumentales y que su pan es muy especial porque lo preparan en hornos de leña —pude probarlo al día siguiente y lo comprobé.
Regresamos a instalarnos a los domos, yo dormí en el domo familiar, para cuatro personas, con jacuzzi interior, y quedé admirada con su belleza y arquitectura. Usamos el jacuzzi para relajarnos después de una caminata algo agotadora por el centro.
Para comer
Luego, comimos pasta y ensalada en la cueva, en una especie de picnic, donde cada objeto, desde los platos, cubiertos, vasos y servilletas hasta las sillas y cojines contrastaban con el verde del paisaje natural, y te hacían sentir completamente en un cuento de hadas.
Por la noche, observamos las estrellas y vimos a los planetas Júpiter, Saturno y Neptuno, gracias a una aplicación, mientras disfrutábamos de un té con canela. Antes de dormir, nos prepararon cojines, cobertores y platos en la cueva —de nuevo con el escenario monísimo— para ver una película y cenar pizza y hamburguesas.
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Al día siguiente café criollo de Malinalco y panes llegaron a nuestra puerta para despertarnos. Me bañé con agua calientita y me lancé dos veces por la tirolesa —ni tan valiente la muchacha, porque no quise lanzarme en posición de super girl, pero las risas no faltaron. Después desayunamos quesadillas y sopes con una salsa de chile de árbol que picaba pero estaba deli-deli, y, finalmente, inauguramos el taller de tortillas. Leidi y Paty me enseñaron a hacer tortillas y preparamos unas súper originales, con hojas de flor de cempasúchil, flor de calabaza, bugambilia, hoja santa y pétalos de rosa.
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