Algunas personas lo ven como una pantomima, como una coreografía en la que los golpes son simulados y en la que ninguno de los participantes corre riesgo alguno. Pero hay que estar en la arena, muy cerca del cuadrilátero, para saber que los golpes en la lucha libre no son del todo falsos y que los gladiadores modernos, ídolos de chicos y grandes, se juegan la vida a cada instante.
Familias completas, grupos de amigos y extranjeros, algunos confundidos y otros con una sonrisa en el rostro se acercan a la entrada de la Arena México, la catedral de la lucha libre en nuestro país. Antes de acceder al interior, el personal del inmueble pide a las mujeres hacer una fila en el centro y a los hombres, en las orillas.
Después de una rápida revisión que los elementos de seguridad de la arena realizan para evitar el ingreso de armas u objetos que pudieran usarse como tales, caminamos por el vestíbulo del moderno coliseo. Los gritos de los comerciantes que ofrecen máscaras y otros artículos relacionados con la lucha libre van apagándose, mientras crece un rumor de miles de voces.
Terapia contra el estrés
Desde antes de que aparezcan en escena los luchadores, se respira en la Arena México un ambiente cargado de energía que muchos de los aficionados liberan con gritos a favor de uno u otro bando de los protagonistas de la noche. Rudos o técnicos son apoyados por el público presente casi de forma paritaria, aunque una ligera ventaja de “los limpios” refleja el deseo colectivo de que en la eterna lucha del bien contra el mal, siempre triunfe el primero.
Acordes musicales a alto volumen acompañados por la coreografía de seis atractivas edecanes anuncian la salida de los gladiadores al escenario encordado. Uno a uno, los atletas aparecen en escena haciendo gala de su personalidad mientras detrás de ellos, en una pantalla gigante, se recuerdan los mejores momentos de sus luchas pasadas.
Suena el silbato que marca el inicio de la contienda y una histeria colectiva se apodera de los aficionados a las llaves, golpes, patadas voladoras y costalazos. Con sus vuelos acrobáticos, luchadores como Místico, Carístico o Soberano Jr., verdaderos estetas del cuadrilátero, roban el aliento y los “¡oh!” de sorpresa al respetable. Entre el público puede verse a quienes únicamente aplauden y, de tanto en tanto, sueltan un tímido “¡bravo!”, hasta quienes piden a gritos que no maltraten a sus favoritos o les solicitan, con desaforados gritos, “¡hazme tuya!”… o “tuyo”, porque en la lucha libre, tanto dentro como fuera del ring, hay espacio para todos.
La lucha libre, un deporte inclusivo
Si bien en el gremio de la lucha libre persiste el machismo, las mujeres se han ganado el respeto de propios y extraños, y un merecido lugar en los encordados. Como Dalys, panameña proveniente de una familia de arraigada tradición luchística y esposa de una de las leyendas vivientes de este deporte en México, el Negro Casas. Así como Reyna Isis, gladiadora mexicana que, con intención de superarse, ha estado en Japón, de donde regresó con una técnica mejorada y mayores recursos para convertirse en figura. Ellas dos protagonizaron una de las luchas más aplaudidas de la noche en que México Ruta Mágica estuvo en el coso de la colonia Doctores.
Otros de los luchadores más aplaudidos en esa función fueron los “minis”. Entre ellos destacó Microman, un joven que no rebasa el metro de estatura y pesa tan sólo 26 kilos. Pero su pequeña estatura, lejos de ser un obstáculo, lo ha catapultado para convertirse en uno de los consentidos de la afición, al igual que sus compañeros, quienes al final de la lucha recibieron, como reconocimiento a su desempeño por parte del público, una lluvia de monedas de diferentes denominaciones.
Pese a su carácter viril y violento, a lo largo de su historia la lucha libre se ha mostrado como un deporte inclusivo, en el que gladiadores conocidos coloquialmente como “exóticos”, de maneras refinadas, rostro perfectamente maquillado y cabelleras exuberantes, han escalado hasta la categoría de ídolos. Para algunas personas son “caricaturas” del homosexual, sin embargo, en la vida real esos luchadores son miembros de la comunidad LGBTTTIQ+ y en el ring han encontrado una forma de vida y el reconocimiento que en otros espacios se les ha negado.
La “sobremesa”
La música y los gritos dejan de escucharse en la Arena México para dar paso a un apagado murmullo. La pantalla gigante de presentación de los participantes en los combates se apaga y las luces se encienden. Terminó la función y los aficionados comienzan a buscar el camino a la salida. Pero antes, muchos buscan con urgencia los sanitarios para mitigar los efectos de la cerveza, sin embargo, deberán esperar a que pasen, al menos, unas treinta personas que llegaron antes.
Afuera los vendedores de máscaras buscan obtener sus últimas ganancias de la noche y el delicioso aroma de los taquitos —de carne asada, principalmente— inundan las aceras de las calles Dr. Lavista y Rafael Lucio, en Ciudad de México. Allí, aficionados de todas las edades, y extranjeros generalmente jóvenes, comparten los alimentos e intercambian comentarios sobre la actuación de sus ídolos.
El bullicio se va apagando poco a poco, los vendedores ambulantes desarman sus puestos y guardan su mercancía. Las calles aledañas a la Arena México se van quedando vacías y silenciosas. Y así se verán hasta el próximo viernes, cuando los gladiadores y sus admiradores regresen a profesar su devoción en la catedral de la lucha libre mexicana.
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ARENA MÉXICO
Dirección: Dr. Lavista 189, col. Doctores. CDMX
Capacidad: 17 500 personas
Primera función de lucha libre: 21 de septiembre de 1933
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La máscara
La aparición de las máscaras se remonta a marzo de 1934, cuando un luchador “cubierto por un capuchón”, anotaría Don Chon, redactor del diario deportivo La Afición, en una nota previa al combate, enfrentó a David Barragán.
El primer enmascarado abandonó la lucha libre y se perdió en el olvido, pero el empresario Salvador Lutteroth González, el “padre de la lucha libre mexicana”, rescató el atractivo de los luchadores “anónimos” y la máscara se convirtió en un elemento que impulsó y dio identidad a este deporte en México.
Hay cientos de enmascarados famosos, pero entre los más importantes se encuentran El Santo, Blue Demon, Mil Máscaras, Rayo de Jalisco, Fishman, El Solitario, Los Villanos, Atlantis y, más recientemente, Místico (actualmente Carístico), entre otros.
Principales llaves de la lucha libre
- La de a caballo, inmortalizada por El Santo
- La cavernaria, creación de El Cavernario Galindo
- La tapatía, una de las más vistosas de la lucha libre mexicana, original de Rito Romero, por lo que también se le conoce como “La Romero especial”
- La huracarrana, espectacular movimiento creado por Huracán Ramírez
- La cruceta, doloroso castigo aplicado con un candado a las piernas
- Cangrejo invertido, no… no estamos hablando del Kama Sutra, es un castigo en el que se hace palanca sobre la espalda
- Péndulo o campana, castigo simultáneo a las cuatro extremidades