Desde que nacemos hasta que morimos, vamos conformando nuestra existencia a base de momentos o periodos que marcan nuestras experiencias que, buenas y malas, son los sucesos, hechos, y situaciones que conforman nuestra manera de ser y de ver el mundo. La primera experiencia de comer algo picante determina si en el futuro nos agrada o no. Si lo volvemos a hacer o si, de plano, lo rechazamos.
Hasta la década de los años 70 del siglo pasado, la experiencia turística consistía en visitar un lugar, recorrerlo y, después, concluir si el sitio nos parecía “bonito o feo”. Había una confusión entre el concepto de “lugar visitado” al de convivir con sus habitantes y conocer usos, costumbres y, por medio de la comparación, determinar si nos agradaba o no, es decir, si la experiencia era positiva o negativa. En todo caso, se llamaba “experiencia a la anécdota”: “el vuelo se demoró”, “el taxista nos llevó al lugar equivocado”, “perdí mis anteojos en un bar”, etc. El relacionamiento cultural, prácticamente, no existía.
El término “vacaciones experienciales” comienza a tomar auge en la década de 1990 y se refiere a un tipo de turismo que pone énfasis en la inmersión cultural y la participación activa en actividades auténticas durante el viaje. A lo largo de los años, este concepto ha evolucionado para centrarse más en las vivencias que en los destinos tradicionales o el turismo de masas.
Joseph Pine II y James H. Gilmore
En 1999, Joseph Pine II y James H. Gilmore introducen el concepto de la “Economía de la Experiencia” en su libro The Experience Economy: Work is Theatre & Every Business a Stage. En él exponen que las economías modernas han pasado de una etapa basada en productos y servicios hacia una etapa donde las experiencias son el valor central. Aplicaron este marco a diversas industrias, incluido el turismo, donde los viajeros ya no se conforman con consumir servicios tradicionales (hospedaje, transporte, etc.), sino que buscan experiencias memorables y auténticas.
Hoy en día, y muy específicamente, después de la pandemia de COVID-19, las vacaciones experienciales son muy buscadas por los viajeros, especialmente aquellos que quieren evitar las multitudes y buscan un tipo de turismo más significativo. Este tipo de turismo se ha asociado también con el turismo de voluntariado, turismo rural y el turismo cultural. Las empresas turísticas se han adaptado ofreciendo paquetes que permiten a los viajeros sumergirse en las culturas y tradiciones locales, aprender habilidades nuevas o participar en actividades específicas como safaris, caminatas espirituales, retiros de bienestar, etc.
Casos concretos
Veamos casos concretos: Una experiencia positiva, que invita a la repetición o a la recomendación, la encontramos en la cocina tradicional de Puebla. Participar en una clase de cocina tradicional mexicana es una experiencia muy valorada por turistas internacionales. Los visitantes pueden aprender a preparar platillos icónicos como el mole poblano, los chiles en nogada, las tortillas hechas a mano y las salsas a base de ingredientes frescos del mercado local. Este tipo de experiencia suele incluir una visita a los mercados locales para seleccionar los ingredientes. El turista logra la inmersión en la cultura culinaria de México, la interacción con chefs locales y la oportunidad de conocer los secretos detrás de la cocina mexicana, considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
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Desde luego, no hay que confundir la experiencia que aporta contenido cultural con los shows montados que atentan contra la identidad, el origen, la esencia y la tradición de los destinos. Un caso de turismo experiencial negativo se puede observar en las visitas a aldeas masái en Kenia y Tanzania. Aunque la publicidad promete una inmersión en la vida y cultura de los nativos, estas visitas son más espectáculos turísticos que experiencias auténticas. Los turistas no interactúan de manera genuina con la comunidad, y las actividades, como danzas o rituales, se realizan de manera superficial solo para satisfacer la demanda de entretenimiento.
Este tipo de turismo desvirtúa y trivializa las tradiciones culturales, presentándolas como productos comerciales en lugar de prácticas significativas para las comunidades.
Así que usted tiene la palabra, ¿visitamos Puebla o nos aventuramos a un show de teatro focalizado? Yo, prefiero el mole…
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