El activismo cómodo: latas de sopa y pastelazos
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El activismo cómodo: latas de sopa y pastelazos

Cambiar el mundo no se logra con pastelazos ni discursos, sino con trabajo, inversión y coherencia. La queja no construye: el esfuerzo silencioso sí transforma

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Por: Ian Poot Publicado: 10/11/2025


El activismo cómodo: latas de sopa y pastelazos

Foto de Kane Reinholdtsen en Unsplash

Hace poco, al consejero delegado (CEO) de la aerolínea irlandesa Ryanair, Michael O’Leary, le aventaron un pastelazo en la cara durante una protesta climática. El gesto, simbólico y escandaloso, se volvió viral. Las redes se llenaron de aplausos, risas, comentarios, indignación y posturas morales. Pero en el fondo, nada cambió.

Porque cambiar el mundo no se logra con un pastelazo.Se logra apostando, invirtiendo y creando. Pagando nóminas, impuestos, luz, renta y sueldos. Enfrentando temporadas bajas, clientes difíciles y mercados volátiles.

Eso —y no los discursos vacíos— es lo que realmente transforma realidades.

Hoy, vivimos rodeados de activistas de sofá: los que lanzan latas de sopa a las pinturas, gritan contra la gentrificación… y luego rentan un Airbnb cuando viajan al extranjero. Los que hablan de no dañar la naturaleza, pero vacacionan en Tulum, Mahahual o Cancún, tomándose fotos con hashtags de conciencia mientras dejan su huella de carbono en la arena.

Es muy fácil quejarse. Porque cuando no has construido nada, cuando tu vida no deja huella ni propósito, necesitas sentir que haces algo. Entonces rompes, gritas, lanzas un pastel o pintas una pared, solo para convencerte de que eres una buena persona.

El problema es que muchos de los que “luchan por cambiar el mundo”, no han logrado cambiar ni su propia realidad. Y desde esa frustración, disfrazan su vacío con causas.

Porque es más fácil tirarle un pastel en la cara al director de una aerolínea que construir una aerolínea que conecte al mundo.

Más fácil romper que levantar. Más fácil indignarse que invertir.

Y lo más curioso es que muchos de esos “rebeldes” terminan buscando lo mismo que critican: poder, reconocimiento, un puesto político o el aplauso digital.

No defienden ideas, defienden su ego.

Siguen causas no porque las crean, sino porque están de moda, porque dan visibilidad, porque alimentan el personaje que quieren ser.

Mientras tanto, los verdaderos constructores —los que apuestan, arriesgan y crean— siguen trabajando en silencio.

Fotografía Instagram: /@tepoztlanoficial

Porque cambiar el mundo no nace del enojo, sino del esfuerzo.

Y sobre todo, de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Los políticos, por otro lado, son la otra cara del mismo fenómeno. Se pasaron años quejándose, criticando, diciendo que ellos sí harían las cosas distintas. Y hoy, muchos de esos “revolucionarios” compran casas en Tepoztlán de doce millones de pesos, vuelan en avión privado, mientras el país sigue igual o peor.

La queja siempre fue rentable. El cambio, en cambio, exige sacrificio.

Y luego están los “salvadores humanitarios”, como la joven que viaja a Palestina a tomarse la foto con cajas de ayuda, pero cuando hay que llevar víveres a Veracruz, ni sus luces.

Los que lloran por la violencia por los 43, pero olvidan al líder de los limoneros asesinado por protestar, al ciudadano que murió reclamando por un bache o a la maestra que perdió la vida en Veracruz por no querer pagar piso al narco.

El verdadero cambio no está en gritar, sino en sostener.

Cambiar el mundo no es un eslogan, es una inversión. No es un video viral, es un proyecto que no siempre da likes, pero sí resultados.

Y mientras unos lanzan pasteles o latas de sopa para sentirse buenos, otros siguen apostando, invirtiendo, trabajando… y cambiando el mundo en silencio.

Porque la queja no construye, el trabajo sí.

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