La economía circular no es una moda verde, sino una nueva forma de entender la prosperidad… y la supervivencia. En lugar de extraer, producir, consumir y tirar —como dicta el modelo lineal—, busca reutilizar, reciclar y regenerar los recursos, de manera que los residuos de un proceso se conviertan en insumo de otro.
El turismo, una de las industrias más dependientes de recursos naturales y energéticos, es un terreno fértil para aplicar estos principios. En un planeta con 1,500 millones de viajeros anuales (según la OMT), cada botella no reciclada y cada vuelo innecesario se multiplican exponencialmente.
El turismo circular propone una transición hacia destinos que producen su propia energía, gestionan sus residuos, cuidan el agua y privilegian la economía local. No se trata solo de mitigar el daño, sino de regenerar ecosistemas, culturas y comunidades.

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En este nuevo paradigma, que no debiera de ser exclusivo del turismo, el turista deja de ser un consumidor pasivo para convertirse en agente del cambio. Elige alojamientos con energías limpias, gastronomía de proximidad y experiencias de bajo impacto ambiental.
Algunos países ya han entendido la ecuación, Costa Rica, Eslovenia o España (Islas Baleares) han incorporado planes de circularidad que incluyen impuestos verdes, certificaciones y estándares de sustentabilidad turística.

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En la práctica, la economía circular aplicada al turismo puede traducirse en:
- Hoteles sostenibles que reutilizan el agua, generan energía solar y compostan sus desechos
- Transporte limpio: bicicletas, autos eléctricos o redes públicas que sustituyen los traslados contaminantes
- Gastronomía local que sustituye la importación de alimentos por productos de temporada y kilómetro cero
- Arquitectura regenerativa que aprovecha materiales reciclados y se integra al entorno
- Digitalización para reducir papel, optimizar rutas y medir la huella de carbono del visitante
La circularidad también tiene un componente económico, cada peso invertido en sostenibilidad reduce costos futuros en mantenimiento y energía, a la vez que aumenta el valor de marca del destino. En palabras simples: ser verde no solo es ético, es rentable.
En México, proyectos en Los Cabos, Tulum y Mérida empiezan a adoptar esquemas de reutilización de agua y separación de residuos, aunque el reto sigue siendo integrar a toda la cadena productiva, desde el proveedor de toallas hasta el operador de tours.
Claro que siempre hay quien entiende la economía circular… al revés.
En algunos destinos, los gobiernos anuncian programas “verdes” mientras permiten que la basura turística termine en manglares o que las playas “ecológicas” usen generadores de diésel para iluminar sus letreros de “Sustentable Beach Resort”.
En otros casos, la circularidad se convierte en una palabra vacía usada para justificar nuevos cobros o impuestos turísticos que poco tienen de ambientales y mucho de recaudatorios.
En el plano del humor, podríamos decir que la circularidad mexicana a veces termina en círculos burocráticos, donde los proyectos dan vueltas entre dependencias, estudios de impacto ambiental y permisos llegan, hasta que el entusiasmo se recicla en frustración.
En pocas palabras, el turismo circular debería cerrar el ciclo de los errores: no repetirlos secularmente y, lo mejor, con voluntad, todos los actores turísticos podemos diseñar un mejor mundo para el sector.
