Durante los últimos años, el Gobierno mexicano ha celebrado con bombos y platillos la “recuperación del turismo” tras la pandemia. Las cifras lo respaldan, al menos superficialmente: en 2024 llegaron más de 45 millones de turistas internacionales, superando incluso los números de 2019. ¡Victoria! ¡Récord histórico! Pero cuando uno levanta la alfombra de la propaganda, descubre algo incómodo: el turismo creció… pero la derrama económica no.
En 2019, con 45 millones de turistas, México recibió 24,570 millones de dólares. Para 2024, con el mismo número de visitantes, los ingresos fueron de apenas 32,960 millones. Aunque la cifra parece mayor, el crecimiento es modesto frente al incremento de costos, inflación y expectativas. El gasto per cápita apenas superó los 730 dólares, lo que coloca a México muy por debajo de destinos como Turquía, que en 2024 recibió 52.5 millones de turistas y captó 49,000 millones de dólares, con un gasto medio sustancialmente superior.

Foto: Lorri Lang en Pixabay
Francia, el país con más visitantes internacionales del mundo, también ofrece una lección reveladora. En 2018, recibió aproximadamente 89.3 millones de turistas extranjeros, generando 55,500 millones de euros. Para 2024, acogió cerca de 100 millones de visitantes, con una derrama que alcanzó los 71,000 millones de euros. Incluso en el nivel más alto, la relación entre cantidad y derrama revela sus propios límites: más visitantes no significan proporcionalmente más ganancias.
Como advierten Dorta-González y González-Betancor (2021), “la fuerza laboral de agencias de viaje y servicios de reserva es la que más aumenta los ingresos por llegada… mientras que un gran personal en alimentos y bebidas opera en sentido contrario”. Es decir, no basta con tener muchos trabajadores en turismo, sino que deben estar en sectores que generen gasto directo de calidad.
Parte del problema está en la composición del turismo. México sigue apostando por un modelo de sol y playa, todo incluido, donde el turista paga su paquete desde el extranjero y gasta poco localmente. Además, la informalidad, la falta de encadenamientos productivos locales y la baja sofisticación de la oferta impiden que el turismo se traduzca en desarrollo real.
Mientras se celebra el regreso de los turistas, pocos hablan de la calidad del empleo turístico, la fuga de divisas por empresas extranjeras que dominan el sector hotelero y la presión ambiental que genera una estrategia sin planeación integral. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) calculó que hasta un 17 % del gasto turístico internacional se fugó al extranjero en 2024, lo que subraya la urgencia de maximizar los beneficios internos y sofisticar los encadenamientos productivos locales.
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Seamos realistas. Nos engañamos solos cuando confundimos cantidad con calidad. Cuando creemos que el turismo se mide en pies descalzos sobre la arena, en lugar de ingresos bien distribuidos. Y cuando el éxito se define por llegar a cifras récord de visitantes, ignorando que muchos llegan… y dejan poco.
Más preocupante aún es que, tratándose de la tercera fuente de divisas del país, el turismo carece de una política pública coherente, sostenida y articulada. No hay una estrategia nacional que coordine promoción, desarrollo regional, sustentabilidad, ni mecanismos de medición que vayan más allá del conteo de llegadas. La dispersión institucional y la falta de visión de largo plazo son señales claras de una oportunidad desperdiciada.
La recuperación del turismo no debe medirse solo en llegadas, sino en impacto real. Si la derrama no mejora, tal vez no estamos recuperando turismo, sino solo su espejismo. ¡Bienvenido el turista! Pero, por favor, hagamos que deje algo más que huellas en la playa.

