Ojinaga, ese rincón del desierto chihuahuense, tiene una historia que vibra entre leyendas, lucha y tradiciones. Antes de que los españoles llegaran, esta región era hogar de grupos indígenas como los conchos y los jumano, quienes vivían de la caza, la pesca y lo que el desierto les ofrecía. Su conexión con el río Bravo era vital, pues les daba agua y vida en medio del árido paisaje.
Con la llegada de los colonizadores, Ojinaga comenzó a tomar forma. En el siglo XVIII, los españoles fundaron un asentamiento llamado Presidio del Norte, que más tarde sería conocido como Ojinaga, en honor al general Manuel Ojinaga, un héroe mexicano que luchó en la Intervención Francesa. Durante esos años, la región era un punto estratégico, no solo por su ubicación fronteriza, sino también por ser un cruce natural para comerciantes, soldados y aventureros.
La Revolución Mexicana marcó un capítulo importante para Ojinaga. Fue aquí donde Pancho Villa y sus tropas tuvieron enfrentamientos clave. En 1914, la batalla de Ojinaga dejó una huella profunda, convirtiendo al pueblo en testigo de la historia. Los ecos de esos días todavía resuenan en sus calles y paisajes.
Ojinaga es un lugar que mezcla pasado y presente. Aunque sigue siendo una comunidad pequeña, su cultura, su música norteña y su gente cálida mantienen viva la esencia de un pueblo que ha sabido resistir y adaptarse. El desierto que lo rodea no solo cuenta historias de lucha, sino también de esperanza y conexión con la naturaleza. Es un lugar donde la historia no está escrita en libros, sino en las montañas, el río y las sonrisas de su gente.
¿Qué hacer en este pequeño rinconcito de Chihuahua?
Si bien hay poquitas cosas que hacer, con estos lugares tienes suficiente para pasar momentos de aventuras y diversión:
- Cañón del Mulato
- Cañón del Pegüis
- Piedras encimadas de Polvorillas
Cañón del Mulato
Está a unos 22 kilómetros al sureste de la Ciudad de Ojinaga. Este pequeño cañón es la parte final del arroyo que empieza en Los Juncos y recibe agua de varios ríos que lo rodean.
Forma parte del Área Nacional Protegida de Flora y Fauna del Cañón de Santa Elena, que incluye los municipios de Manuel Benavides y Ojinaga.
Con las precauciones necesarias, el lugar conocido como “Cañoncito de El Mulato” es perfecto para disfrutar de un día de campo y divertirse al aire libre.
Cañón del Pegüis en Ojinaga
Ubicado a unos 40 km al oeste de Ojinaga, el cañón del Pegüis no es uno de los más conocidos de Chihuahua por dos razones. Primero, sus dimensiones son más pequeñas: mide aproximadamente 16 km de largo y 350 m de profundidad en su parte más honda, lo que no se compara con los 1,000 m de la barranca de Candameña o los extensos kilómetros de las barrancas del Cobre.
La segunda razón es que está fuera de la sierra Tarahumara y de las rutas turísticas más populares del estado, además de no estar en la ruta del ferrocarril Chihuahua-Pacífico. Sin embargo, estas características le dan un encanto especial, a pesar de ser un cañón más pequeño que los de la Sierra Madre Occidental.
En algunos tramos, sus paredes están tan cerca que solo hay ocho o diez metros entre ellas, dejando poco espacio para el agua del río Conchos. Aquí, el término “desfiladero” cobra todo su sentido.
El recorrido comienza cerca de El Álamo, un pueblo situado en un valle entre la sierra El Pegüis al este y la sierra Cuchillo Parado al oeste. Aquí, el río Conchos fluye suavemente entre los matorrales.
En tres balsas inflables pueden viajar hasta cuatro personas. Los guías te enseñan a manejar los remos para que puedas dirigirte a la entrada del cañón, que está a dos kilómetros río abajo.
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¿Qué más? Ojinaga
El Conchos no es un río salvaje, ni siquiera en la parte del cañón. Desde su origen en las laderas de la Sierra Tarahumara, su caudal es controlado por varias presas, siendo La Boquilla la última, ubicada casi a 80 km de donde estamos. Su flujo es constante, pero no muy abundante, lo que no atrae a muchos amantes del descenso de ríos.
Después de los rápidos al inicio del cañón, volverás a las balsas y avanzarás varios kilómetros más. Las paredes del cañón se elevan de repente, y en minutos dejarás atrás el llano para estar rodeado por paredes que superan los cien metros de altura. Es difícil decir si el cañón es el resultado del trabajo milenario del río o si el agua erosionó una falla en la sierra. La parte superior de las paredes, en casi toda la barranca, se ve cortada de manera abrupta.
En una de las paradas, puedes caminar hacia una cueva estrecha en la parte media de un risco. No es muy profunda, pero está llena de estalactitas, estalagmitas y pilares interiores. Es una pequeña maravilla. La dificultad para llegar allí aumenta por la cantidad de plantas espinosas, como nopales, lechuguillas y biznagas.
Piedras encimadas de Polvorillas
Según los estudios geológicos, durante el Jurásico comenzó un proceso de subducción, donde las rocas más pesadas se metían debajo de las más ligeras. En Chihuahua, hace unos noventa millones de años, la placa Farallón chocó con nuestro continente, lo que hizo que el Mar Mexicano se retirara hacia el Golfo de México. Este proceso tomó millones de años y causó una intensa actividad volcánica que abarcó desde el sur hasta lo que hoy conocemos como el Río Bravo.
Hoy en día, las formaciones rocosas sorprendentes se pueden encontrar en toda la zona, y vale la pena explorarlas con calma para descubrir las más impresionantes.
Su belleza se muestra con todo su esplendor al amanecer, al atardecer y bajo la luz de la luna, cuando las rocas parecen cobrar vida.
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Polvorillas se encuentra al pie de la Sierra del Viruliento, en el municipio de Ojinaga. Si viajas desde Camargo hacia Ojinaga, unos 60 km después de La Perla, puedes tomar un camino de terracería a la derecha.
Este camino atraviesa El Viruliento y, tras recorrer 45 kilómetros, llegarás a las formaciones.
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