Rosarito: recuerdos, mar y sabores que quedan en el alma
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Rosarito: recuerdos, mar y sabores que quedan en el alma

Rosarito es más que playa: sabores, historia y mar bravo que despiertan el alma, con fogatas, música y tradiciones que dejan huella en quien viaja

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Por: Fernanda Meneses Publicado: 08/08/2025


Rosarito: recuerdos, mar y sabores que quedan en el alma

Foto: Jesús Carlos / Pexels

Pienso en Rosarito con mucha nostalgia. Rosarito se me anidó en el alma un domingo por la mañana con una machaca de desayuno en un restaurante acogedor, donde la madera y los trofeos cuentan historias del campo, y un viento frío que susurraba memorias que solo entienden los que alguna vez partieron con el corazón lleno.

Un domingo en el norte

Recuerdo las largas caminatas por el bulevar Benito Juárez, descubriendo la gastronomía bajacaliforniana en cada paso que daba -con todo y sus taquitos de asada o burritos-, su vida nocturna y uno que otro puestecito que mostraba curiosidades, antigüedades o descuentos que incitan a la compra inmediata. Cómo olvidar que -en un arrebato capitalista- compré y probé mi primer Dairy Queen en una noche más helada que calurosa y es que Baja California es así.

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Una sirena que emana brisa gélida. Donde las playas no se dejan abrazar fácilmente y te acoge un mar de alma inquieta, con olas rugiendo con temple y agua helada que sacude el sueño de los tibios y el de otros tantos que frente al mar prenden una fogata al atardecer para ver al sol ocultarse en el horizonte. Quizá, al final, esto fue lo que despertó mi ser aletargado, cuyos hábitos, de lunes a viernes, consisten en trasladarse de su casa a la oficina, y de regreso. Quizá por eso la recuerdo tan bonito, porque viajar siempre implica romper la monotonía y respirar el aire de paisajes desconocidos.

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Entre fogatas, caballos y veleros del mar

Y es que en este viaje me di cuenta que ir a la playa es polisémico. No solo es embadurnarse de bloqueador el cuerpo y echarse al sol, meterse al mar hasta que la arena se vuelve irritante, enjuagarse, salirse y volver a empezar. Porque las playas nunca brindan la misma experiencia.

Podría parecer una obviedad, pues tan solo el color del mar no es el mismo en todas las playas, hay unas de aguas cristalinas, turquesas y otras de azul profundo. También el tipo de arena cambia. Pero frente al ocaso de ese domingo en las playas de Rosarito, mientras las parejas pasaban galopando o los grupos de amigos reían alrededor de su fogata, al ritmo de la melodía de la tuba, el trombón y la tambora, agradecí profundamente darme cuenta de la magia de cada playa.

Entre ponys, carritos de elotes y churros, la música de banda, cocos, mangos, cantaritos, clamatos y ceviches, me perdí entre la multitud en la playa hasta llegar a la orilla donde observé que el mar arrastraba secretos del océano que mi mirada asombrada descubría: los veleros del mar, viajeros azules que no buscan puerto y que dejaban su último aliento en la arena.

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La esencia local de Rosarito

Otros días exploré la belleza urbana repetidas ocasiones durante mi estancia y llegué a lo que parecía ser el corazón de la ciudad. Además de la belleza escénica de sus playas, hay dos sitios que destacan: el Rosarito Beach Hotel, cuyos muros guardan grandes historias, y el Mercado de Artesanías.

Con un siglo de historia, el Rosarito Beach Hotel inició como un modesto resort de 10 habitaciones y fue promovido como la sensación de la temporada en San Diego California por su cercanía y por sus actividades como pesca, caza y playas, así como por el alcohol, justamente en una época en la que aún continuaba la Ley Seca en Estados Unidos. El complejo se volvió destino para la élite y celebridades de Hollywood, hospedando a figuras como Marilyn Monroe, Frank Sinatra, Orson Welles, Gregory Peck, Rita Hayworth, quizá por eso tiene hoy un famoso arco en su entrada con la frase: “Por esta puerta pasan las mujeres más bellas del mundo”.

A unos pasos del hotel está el Mercado de Artesanías, donde el color, el sabor y la tradición se mezclan sin prisa. Los textiles bordados con paisajes, pulseras tejidas, jarritos de barro, artículos de cuero y guayaberas para niño enmarcaban el paisaje ya de por sí bello de Rosarito, así como las voces de los locatarios que invitaban a los turistas a probar la mixología rosarense.

Puerto Nuevo

No me podía ir sin probar la langosta de Puerto Nuevo, a 20 minutos en auto de Rosarito. Crujiente por fuera, jugosa por dentro. Se sirve dorada, con frijoles, arroz rojo y tortillas de harina recién hechas. Nació en los años 50, cuando las mujeres del poblado comenzaron a prepararla para los pescadores y turistas. Hoy es un emblema culinario de Baja California, donde el mar y la tradición se encuentran en cada bocado.

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Viajar sola y a tu tiempo te permite escuchar lugares como Rosarito, que no fue solo una parada en el mapa, fue un encuentro conmigo misma frente a un mar rebelde y profundo. Y en ese encuentro, entendí que algunos lugares no se visitan: se quedan.

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