Donde la naturaleza ruge, la historia susurra y la cultura vibra en cada rincón.

Guatemala es un país que se despliega como un tapiz de contrastes: volcanes activos, selvas infinitas, lagos de leyenda y ciudades milenarias. Un destino que combina aventura, espiritualidad, biodiversidad y herencia viva.

Razones para viajar a Guatemala

Escalar el volcán Acatenango, uno de los 37 guardianes de fuego del país, es una experiencia que transforma. En una travesía de dos días, se ascienden 1,570 metros hasta un campamento base desde donde se contemplan las erupciones del vecino volcán de Fuego, creando una postal ardiente imposible de olvidar.

Para los que buscan una caminata más amable, el volcán Pacaya ofrece senderos accesibles y una sorpresa singular: Pizza Pacaya, una pizzería que cocina sus creaciones con el calor de la lava. Pura originalidad a 2,500 metros sobre el nivel del mar.

Entre montañas y pueblos mayas, el Lago Atitlán se presenta como una joya líquida rodeada por los volcanes San Pedro, Tolimán y Atitlán. Aquí, remar en kayak, nadar en sus aguas cristalinas o lanzarse en tirolesa con vistas de postal son experiencias que hechizan. No hay que perderse la mística caminata a la Nariz del Indio ni visitar pueblos como San Juan La Laguna y Santiago Atitlán, donde la cultura maya respira con fuerza.}

Riqueza natural

Al norte, la selva del Petén resguarda al imponente Parque Nacional Tikal, donde templos de más de mil años emergen entre los árboles. Patrimonio de la Humanidad, Tikal vibra con el canto de tucanes, monos aulladores y quizás… el sigiloso paso de un jaguar.

La riqueza natural continúa en la Reserva de la Biosfera Maya, hogar de tapires y guacamayas, mientras que el Biotopo del Quetzal invita a buscar al ave nacional entre neblina y colibríes. Y en la costa pacífica, el mar ofrece sus milagros: ballenas migrando y tortuguitas que inician su vida entre las olas.

Finalmente, Guatemala es alma viva: 24 pueblos indígenas dan color y voz al país. En San Juan La Laguna, una cooperativa de mujeres teje historia con hilos naturales; y en el mítico mercado de Chichicastenango, cada aroma, tejido y máscara tallada narra leyendas que aún caminan.

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