Llegamos a Pátzcuaro poco después del mediodía y lo primero que hicimos fue dirigirnos a nuestro destino principal, la razón por la cual habíamos decidido visitar esta parte del estado de Michoacán: la Isla de Janitzio, por lo que enfilamos hacia el Embarcadero San Pedrito.
Al llegar, un hombre que rebasaba la cincuentena nos indicó, apresurado, el lugar en donde debíamos estacionar la camioneta. Nos sorprendió ver la cantidad de vehículos en el exterior del edificio que funge como fachada del embarcadero, pero sobre todo, el número de autobuses turísticos.
En la plazuela interior ya no nos tomó desprevenidos ver a tantas personas reunidas ahí entre vendedores y turistas, principalmente nacionales, pero de igual manera nos causó sorpresa, parecía que por aquí no había pasado la pandemia de COVID-19; eso sí, todos llevaban cubrebocas.
El inicio de la aventura
El edificio que también es entrada al embarcadero está dividido en locales comerciales, en ellos se vende desde dulces artesanales y “de tiendita”, hasta juguetes y prendas de vestir de todo tipo, casuales y típicas, y también hay restaurantes que, en su exterior, expenden coctelería en “jarritos”.
Estos jarritos van del tamaño individual, de entre 250 y 300 mililitros, hasta uno “gigante” de poco más de un litro. Las bebidas más utilizadas para preparar los cócteles son el tequila y, evidentemente, la charanda, oriunda de Uruapan y típica de Michoacán; de hecho, cuenta con denominación de origen.
En ese mismo edificio se encuentra la taquilla en la que adquirimos nuestros “pases de abordaje” para las embarcaciones que nos llevarían hasta la Isla de Janitzio, una especie de autobuses acuáticos con capacidad para transportar a unas 50 personas, pero que, en esta ocasión, circulan con menos de la mitad de su cupo, ni siquiera 20 pasajeros.
Esa es una de las medidas implementadas en el lugar a raíz de la pandemia —y la primera evidencia concreta que tuvimos de que aquí también llegó el coronavirus—, limitar el número de pasajeros en las embarcaciones, además de la colocación de tapetes sanitizantes en la entrada de las mismas y un despachador de gel desinfectante a disposición de los turistas.
El trayecto a la Isla de Janitzio
El recorrido desde el embarcadero hasta la isla es muy tranquilo, nuestro bus acuático va a una velocidad moderada que nos permite contemplar el paisaje en toda su plenitud, mientras los niños del nuestro y de otros botes que regresan sumergen en el lago sus redes de pescar de juguete.
Unos diez minutos después de haber zarpado, sobre el agua se perfila la silueta de la Isla de Janitzio, la más grande de las cinco que hay en el lago, que en tiempos de la Conquista sirvieron de refugio a los indígenas purépechas y que hoy continúan siendo depositarias de su cultura.
Poco antes de llegar al muelle de Janitzio, nos recibió uno de los cuadros más hermosos de los tantos que puede verse en el Lago de Pátzcuaro: un grupo de pescadores formando un círculo, aunque no tuvimos la suerte de verlos extender sus tradicionales redes de pesca “de mariposa” en ese momento.
Tras desembarcar, en una pequeña explanada un grupo de danzantes, entre ellos un niño de 7 u 8 años, ejecutaba la Danza de los Viejitos. Este baile nació en territorio michoacano, tiene un origen prehispánico y era ofrecido al Tata Jurhiata (Dios Viejo).
La danza, originalmente, era ejecutada por cuatro hombres, los más sabios de la comunidad, llamados “petámunis”, que generalmente eran los más ancianos, y se realizaba con cada cambio de estación. Fue prohibida por los españoles, pero se conservó de manera clandestina, aunque perdió su sentido ritual para convertirse en una burla a los achaques de los conquistadores.
El “desafío” de las escaleras
Después del tranquilo viaje por el lago nos esperaba la parte más difícil del recorrido… subir una serie de escalones que parece interminable y conduce a una explanada en la que se encuentra una estatua monumental, de 47 metros de altura, de José María Morelos y Pavón, héroe de la Independencia de México.
A lo largo del camino para llegar hasta el punto más alto de la isla, las paradas en las tiendas de artesanías sirven como descanso. También hay varios restaurantes, sobre todo en la última parte del ascenso, así como solitarios vendedores de “charales”, sentados al lado de un anafre en el que fríen los diminutos pescados, cuya especie abunda en el lago.
¡Y otra vez los jarritos!, que ahora sí se antojaban, sobre todo por la gran cantidad de hielo con que los preparan. Hay una diversidad inmensa en sus diseños, desde los tradicionales y mesurados, hasta los que llevan los colores y escudos de equipos del fútbol profesional de México y algunos otros de más que evidente connotación sexual.
La historia por dentro
Para tener acceso a la explanada donde se encuentra la estatua de Morelos hay que pagar 10 pesos, y después de pasar una reja, lo primero que uno encuentra es… ¡más locales de comida y bebidas!, jardines y miradores desde los que se aprecia la magnitud del lago y las demás islas que hay en él.
El monumento a Morelos, segundo más alto de México, no es una estatua cualquiera ya que en su interior alberga un pequeño museo en el que hay varias imágenes y objetos referentes a la vida del héroe nacional, más una sorpresa de la que no pudimos disfrutar.
Una escalera en forma de espiral asciende hasta la parte alta del monumento, y en el espacio entre la cabeza de Morelos y su brazo derecho en alto sosteniendo una antorcha, hay un mirador desde el que se disfruta de la mejor vista que puede haber del lago. Sin embargo, no pudimos subir debido a la cantidad de gente que había, ya que tendríamos que esperar mucho tiempo para evitar aglomeraciones y el riesgo de contagio de COVID-19, pero lo que pudimos ver desde la explanada nos dio una idea bastante cercana de la vista que se puede tener desde allá arriba.
Una decepción más
Otra de las atracciones de las que no pudimos disfrutar fue la Tirolesa Janitzio-Tecuena, de 1,200 metros de longitud, que une precisamente la Isla de Janitzio con la de Tecuena, la más pequeña del lago. Para las sensaciones que promete esta tirolesa, el precio es extremadamente atractivo: 250 pesos por persona.
Esta línea de acero fue instalada en 2016 y desde el momento en que se inauguró, la afluencia de turistas se incrementó en un 30% y no era para menos, ya que se trata de una de las tirolesas más espectaculares y atractivas del país.
Sin embargo, no pudimos subir a ella, ya que cuando estuvimos en Janitzio aún se encontraba cerrada a causa de la pandemia.
El plus en noviembre
Por si fuera poco su atractivo, la Isla de Janitzio se encuentra entre los lugares más visitados de México durante la temporada de Día de Muertos debido a su impresionante celebración.
Desde los días previos al 2 de noviembre —dedicado a Los Fieles Difuntos de acuerdo con la tradición católica—, la isla se ilumina con las veladoras de los altares que se coloca en memoria de los muertos.
Poco antes de que termine el 1 de noviembre, la gente sale en procesión con panes, fruta y flores como ofrenda para sus difuntos que llevan hasta el cementerio, donde pasan la noche elevando plegarias por las almas de “los que se fueron”, quienes, se cree, regresan en esas fechas a la isla sobrevolando el lago en forma de mariposas monarca.