El Imperio Inca fue una de las civilizaciones más asombrosas de América prehispánica. Surgió en el siglo XIII en el valle de Cusco, en lo que hoy es Perú, y en menos de tres siglos logró expandirse por gran parte de Sudamérica, abarcando territorios de lo que hoy son Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina. Su organización era tan avanzada que aún sorprende a historiadores y arqueólogos.
Los incas no usaban moneda ni escritura como la conocemos, pero administraban su vasto territorio con un sistema llamado ayllu, basado en el trabajo colectivo y el reparto justo de los recursos. La base de su vida social era el respeto por la naturaleza y la comunidad. La Pachamama (Madre Tierra) era sagrada, y cada actividad del campo estaba acompañada por rituales que pedían permiso a los dioses.
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Entre sus tradiciones más importantes estaban el Inti Raymi, una gran fiesta en honor al sol, y el uso del quipu, un sistema de cuerdas con nudos que servía para llevar registros. Su arquitectura es reconocida por su precisión y armonía con el entorno, como se puede ver en Machu Picchu o Sacsayhuamán.
Uno de los aspectos más impresionantes del Imperio fue su red de caminos, el Qhapaq Ñan, que conectaba todas las regiones. Sobre ríos y montañas construyeron puentes colgantes hechos de fibras naturales, una tecnología que ha sobrevivido hasta hoy. El Puente Q’eswachaka, en la región de Cusco, es el último de su tipo que sigue siendo tejido a mano por comunidades locales. Cada año, su reconstrucción se convierte en una ceremonia que une pasado y presente, manteniendo viva una de las tradiciones más antiguas del mundo andino.
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¿Qué es el puente Q’eswachaka?
En un rincón remoto de los Andes peruanos, a más de 3,700 metros de altura, existe una tradición viva que desafía al tiempo. Se trata del Puente Q’eswachaka, un puente colgante hecho únicamente de fibra vegetal, suspendido sobre el río Apurímac. Aunque pueda parecer algo frágil, esta estructura representa mucho más que un medio para cruzar una quebrada. Es un símbolo de identidad, trabajo colectivo y respeto por la naturaleza.
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La historia de este puente se remonta al tiempo de los incas. Durante siglos, fue parte de la vasta red vial conocida como Qhapaq Ñan, que conectaba regiones del antiguo imperio. A diferencia de las modernas construcciones de concreto, el Puente Q’eswachaka es renovado cada año por cuatro comunidades quechuas: Huinchiri, Chaupibanda, Choccayhua y Ccollana Quehue. Para estas familias, reconstruir el puente no es solo una obligación ancestral, sino una ceremonia sagrada.
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Renovación
La renovación comienza a finales de mayo, cuando los pobladores recolectan el q’oya, una planta local cuyas fibras se usan para tejer las cuerdas del puente. Las mujeres y los niños se encargan de limpiar y preparar el material, mientras los hombres lo trenzan con fuerza y precisión. Las sogas largas y resistentes que se obtienen de este proceso se llaman q’iswa, y cada familia debe aportar al menos una para participar.
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Antes de iniciar la construcción, se lleva a cabo un ritual andino de ofrenda a la Pachamama, la Madre Tierra. Un sacerdote tradicional, conocido como paqo, coloca sobre un altar hojas de coca, alimentos y otros elementos simbólicos para agradecer y pedir permiso por intervenir en el paisaje. Este acto no solo tiene un valor espiritual, también establece un momento de conexión profunda entre las personas, su entorno y sus creencias.
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Intenso trabajo
Durante tres días de intenso trabajo, se desmonta el puente viejo y se arma uno nuevo en su lugar. La estructura se forma con seis cuerdas principales: cuatro sirven de base y dos como barandas. Estas son tensadas a lo largo de casi 30 metros, sujetas firmemente a los extremos del cañón donde se encuentran las bases de piedra originales. Aunque el diseño parece simple, requiere de gran habilidad y coordinación. Todo el proceso es guiado por el chakaruwaq, un maestro constructor que supervisa cada detalle y asegura que el puente quede perfectamente ensamblado.
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Una vez colocadas las cuerdas principales, los pobladores colocan una alfombra tejida con ramas y más q’iswa sobre la superficie para formar el piso. También se agregan elementos que dan estabilidad y seguridad al paso peatonal. Finalmente, cuando los dos grupos de tejedores se encuentran en el centro, se completa el puente, y los líderes de las comunidades lo cruzan por primera vez como símbolo de éxito.
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El cierre de esta jornada es una gran fiesta. Al ritmo de danzas tradicionales y música andina, hombres, mujeres y niños celebran la culminación de su esfuerzo colectivo. Se comparte comida típica como cuy y cerdo, y se agradece nuevamente a la tierra por permitir otra renovación. Este momento no solo refuerza los lazos comunitarios, también es un acto de resistencia cultural frente a los cambios del mundo moderno.
Conocimiento ancestral del Puente Q’eswachaka
El Puente Q’eswachaka es mucho más que un puente. Es una expresión viva de cómo el conocimiento ancestral puede mantenerse vigente gracias a la cooperación y al respeto por las tradiciones. A pesar del paso del tiempo, las técnicas de construcción siguen siendo las mismas de hace más de 500 años, transmitidas oralmente de generación en generación.
Para quienes participan, el puente es también una forma de proteger su entorno. Las comunidades creen que dejar de construirlo podría atraer desgracias, como malas cosechas o enfermedades. Por eso, cada año, sin falta, las familias se movilizan y dan vida nuevamente a esta obra de ingeniería natural.
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Este puente de paja, sin clavos ni acero, ha logrado lo que muchas construcciones modernas no: unir a la gente con su pasado, su tierra y entre sí. Así, el Puente Q’eswachaka no solo sobrevive en medio de las montañas, sino que se convierte en un puente entre tiempos, conectando la sabiduría antigua con el presente.
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